Cada mañana, él estaba allí, esperándola con la mejor de sus sonrisas. Ella le ignoraba, fingía no verlo, pero notaba su mirada. Lloviera, nevara, hiciera frío o calor, él estaba allí.
Pero una mañana ella notó algo diferente. Sintió que se le helaba la sangre, que no podía respirar: él no estaba, se había ido, y quizás para siempre. Algo aparentemente tan insignificante había alterado su mundo. Tantas cosas que damos por eternas…
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